Hay una belleza que no tiene nada que ver con la estatura, el color de la piel, el peso y demás, no es algo superficial, es todo un estado mental y espiritual que nos eleva y nos hace sentirnos mucho mejor e irradiar hacia afuera. Es un hermoso trabajo de todos los días que no depende de nadie más que de nosotras mismas: embellecer nuestra alma.

Embellecer nuestra alma requiere de un trabajo consciente y con un objetivo claro: sentirnos mejor cada día, buscar el lado bueno de las cosas que nos suceden, ir en busca de nuestro amor propio ya que así, es una forma de poder darnos a los demás de una manera más sana, única y diferente. Si estamos bien nosotras, estará bien a nuestro alrededor, reflejaremos lo que llevamos dentro y veremos la vida diferente.
Nos pueden ayudar varios puntos importantes (alimentos y nutrientes) a tomar en cuenta si queremos darnos a la hermosa tarea de embellecer nuestra alma.

Háblate bonito:
Si dicen que hablarle bonito a una planta, la ayuda a crecer – imagínate lo importante que es hablarte bonito a ti misma! Cuál es ese diálogo interno que tienes contigo misma? Qué te dices y cómo te tratas a ti misma? Aveces somos los jueces más duros y severos con nosotras mismas. Debemos tratarnos de manera más benévola, con más compasión, comprensión y amor. La mente cree todo lo que le digamos y de manera muy sutil nos va conduciendo a todo aquello que le decimos y afirmamos. Asi es que, tomando en cuenta todo esto, enviémosle mensajes que nos ayude a construir una vida dichosa, a favor nuestro y en beneficio propio. Nadie lo hará por nosotras.

Enfócate en las bendiciones:
Por lo general tendemos a enfocarnos en las carencias y en nuestros problemas y una y otra vez los reforzamos, los retomamos, y nos “quedamos pegadas” en ellos. Por el contrario: enfoquémonos de ahora en delante en todas esas pequeñas y grandes bendiciones que tenemos cada día, en esos pequeños detalles que hacen la diferencia de manera positiva y eso hará que veamos la vida en otros tonos, de muchos otros colores.
Por supuesto que los retos y problemas hay que enfrentarlos y darles su atención, aprender de ellos, hacer cambios favorables, pero que no sean motivos para darle vueltas una y otra vez a lo mismo y quedarnos ahí. Veamos la vida con las gafas de la felicidad, buscando las bendiciones que existen detrás de todos aquellos temas que necesitamos resolver. Recordemos que la magia está en todo aquello en lo que enfocamos nuestra atención.

Aprendamos el arte de amarnos:
Para nada se trata de narcisismos enfermizos. El amor propio nace de reconocernos, amarnos, querernos, valorarnos, sin compararnos con los demás porque reconocemos nuestra propia originalidad. Lograr conectarnos con nosotras mismas buscando estar a solas con nuestro propio ser auténtico y único, retomar las fuerzas necesarias y seguir adelante es parte fundamental de ese arte de amarnos.

Escucha tu corazón:
Cuando aprendemos a escuchar nuestro corazón descubrimos que al practicar el silenciarnos podemos de manera más sutil y certera escuchar la voz de Dios en nuestra vida y llevar SU querer a la acción, de acuerdo a Su voluntad y acorde a nuestros valores y virtudes. Eso nos llenará de paz…

Disfruta de lo tuyo:
Todo aquello que amas, que disfrutas, que te gusta hacer, lo que te llena y te suma, lo que te da energía y ánimo…nunca dejes de hacerlo! Ese es tu espacio, tu mundo, tus momentos, los cuales hacen que puedas ver el mundo con ojos de alegría y estar más dispuesta a vivir cada día con ilusión y más amor para compartir.

Permite que tu luz salga:
La luz es sinónimo de dejar ver, de poder reconocer, de iluminar, transparentar, es sinónimo de fe y de seguridad.
Qué hace que nuestra vida se ilumine? Estamos siendo luz para los demás o somos todo lo contrario? Permite que esa luz sea encendida diariamente por Dios, con tus acciones y propósitos. La luz tiene que estar dentro de ti para que pueda salir e iluminar a los demás, evidenciar, impulsar y especialmente hacer que otros brillen también.

Atrévete a cada día embellecer tu alma, dándole también prioridad a lo interno, con un balance adecuado y armónico.

Que así como alimentamos nuestro cuerpo físico, así también nuestra alma logre tener día a día ese “alimento” adecuado y esos “nutrientes” para que ésta brille, ilumine y transparente lo más grande y noble, que en definitiva viene de Dios para el mundo, y para el mundo de los que amamos y están cerca nuestro.